Cuando el invierno magallánico despliega su manto de nieve y hielo, las rutas de la región se transforman en escenarios de una belleza gélida, pero también en terrenos de una exigencia brutal. Es en estos meses donde la convivencia en la carretera no es sólo una cuestión de cortesía, sino una necesidad vital. La escarcha traicionera, la nieve que oculta la calzada y la visibilidad que se reduce a un puñado de metros, son los protagonistas de un drama cotidiano que exige un solo guión: el respeto.
Conducir en Magallanes en invierno es una lección de humildad. De nada sirven las prisas, el ímpetu de una velocidad imprudente, o la impaciencia ante un vehículo que avanza más lento. Cada kilómetro es una advertencia, un recordatorio de que la física de la adherencia es la verdadera ley de la ruta. Sin embargo, pareciera que esta lección se olvida con demasiada frecuencia. Vemos a diario adelantamientos temerarios en curvas, vehículos que se pegan a la cola del que va adelante como si la distancia de frenado no existiera, y el destello de las luces altas que encandilan a quienes vienen de frente, como si la neblina o la nevada no fueran ya suficiente desafío.
El respeto en la ruta no es un concepto abstracto. Es el que nos obliga a mantener una distancia prudente, a frenar con anticipación, a usar las luces bajas para no cegar al otro, y a ceder el paso cuando la situación lo amerita. Es la solidaridad de quien se detiene para ayudar a un vehículo que ha quedado varado, y la sensatez de quien prefiere llegar 10 minutos más tarde que no llegar.
La conducción en invierno en Magallanes es un acto de confianza mutua. Confío en que el vehículo que viene en sentido contrario respetará su pista. Confío en que el camión que va delante mío no hará una maniobra brusca. Y confío en que, si necesito ayuda, la comunidad que compartimos esta ruta me la brindará. Cuando alguien rompe ese pacto de respeto, no solo pone en peligro su vida, sino que nos pone en riesgo a todos.
Las autoridades y las campañas de seguridad vial tienen su rol, sin duda. Pero la verdadera seguridad, la que nos protege en la soledad de una ruta nevada, nace de la conciencia de cada conductor. Nace de la convicción de que al volante no solo transportamos nuestro destino, sino también el de quienes nos rodean. Es tiempo de que recordemos que en la escarcha, la velocidad no es una virtud, y que el respeto no es una opción, sino una obligación. Porque al final del día, el camino de vuelta a casa, con el frío calando los huesos y la escarcha brillando en el parabrisas, es un camino que recorremos mejor juntos, y sobre todo, con respeto.