En una historia llena de recuerdos, esfuerzo y amor, Carolina Villegas observa con orgullo a su hijo Maximiliano, quien hoy se ha convertido en uno de los rostros visibles de las Jornadas por la Rehabilitación en Magallanes. Su historia, tejida con constancia y coraje, es mucho más que un testimonio personal: es el reflejo de cientos de familias que, como la suya, han recorrido un largo camino de esperanza silenciosa.
“Para mí es un orgullo que hayan elegido a Maxi. Lleva tantos años en el Centro de Rehabilitación que esto se siente como un premio, un reconocimiento por todo su esfuerzo, por su tenacidad y su paciencia”, dice Carolina, con la voz entrecortada por la emoción. Han sido 14 años de terapias, cirugías, avances y retrocesos, pero también de abrazos, risas y pequeños milagros cotidianos.
Maximiliano, cariñosamente llamado “Maxi”, ha estado recientemente en recuperación postoperatoria, lo que ha limitado su participación en algunas actividades. Aun así, cada vez que sale, la comunidad lo recibe con cariño. “Todavía no vuelve al colegio, pero sabemos que sus compañeros lo están esperando con los brazos abiertos”, cuenta su madre.
Uno de los momentos más conmovedores fue la grabación de un video en su hogar, donde se compartió parte de su historia. “No sé cómo lo hicieron los chicos, pero lograron emocionarnos a todos. Uno no se da cuenta del camino recorrido hasta que lo ve en retrospectiva. Han sido años intensos, pero llenos de amor y aprendizaje”, recuerda Carolina.
Para ella, el centro de rehabilitación no es sólo un lugar de atención médica. Es un segundo hogar. “Conocen a Maxi desde que nació. Empezamos con las terapias cuando él tenía apenas 12 días de vida. Hemos ido tres, cuatro veces por semana durante años. Las mismas personas nos han acompañado en todo este proceso, siempre preocupados, siempre presentes”, dice con gratitud.
Ser madre sola ha significado multiplicarse: colegio, trabajo, terapias, casa. “Es cansador, sí. Pero cuando ves que tu hijo avanza, que logra cosas nuevas, todo el cansancio desaparece. Todo vale la pena”.
Maximiliano, con una sonrisa tímida pero firme, también quiso compartir su sentir:
“Estoy feliz. Me gusta ayudar y que la gente me conozca. Quiero que todos los niños que van al centro sepan que pueden lograr cosas. A veces cuesta, pero se puede. Yo sigo adelante porque mi mamá nunca me deja solo”.
Hoy, Carolina hace un llamado sincero a la comunidad: “Nadie está ajeno a necesitar el Centro de Rehabilitación. Puede ser un niño, un adulto mayor, alguien que sufre un accidente. Es algo de todos y para todos. Si nosotros no ayudamos, nadie más lo hará por nosotros. Esto se sostiene gracias a la solidaridad de nuestra gente. Por eso, invito a todos a ser parte de estas Jornadas, a ponerse la mano en el corazón… y también un poco en el bolsillo”.
La historia de Maximiliano es una entre muchas. Una historia que nos recuerda que la rehabilitación en Magallanes no es sólo un proceso médico. Es un acto de fe, de unidad y de humanidad. Porque cuando una comunidad se moviliza por amor, los milagros no sólo son posibles: ya están ocurriendo.