
Los investigadores despliegan las redes de niebla en el Parque Etnobotánico Omora los primeros tres días de cada mes. Allí se enredan aquellas aves que se desplazan por isla Navarino, al sur de Tierra del Fuego y del canal Beagle, en la Reserva de Biósfera Cabo de Hornos. Posteriormente, el investigador revisa las mallas cada 15 minutos; toma a cada ave capturada con sumo cuidado, y la coloca en una bolsa de algodón. Luego la lleva a una caseta en medio del bosque, para medirla, pesarla, evaluar su estado de salud y tomar muestras de residuos si defeca. Antes de 10 minutos, la libera, no sin antes colocarle un anillo de aluminio con un número de identificación en una de sus patas. Si es un fío-fío, lleva además una argolla de colores, que permite observarlo sin tener que atraparlo.
La colocación de las redes se ha hecho durante los últimos 12 años, lo que la convierte en el monitoreo más duradero de los bosques australes de Sudamérica y, gracias a él, se ha anillado a más de 10.000 aves de 25 especies distintas; desde fío-fíos, chincoles, rayaditos, cometocinos y chercanes, hasta carpinteros, loros y cachañas. Los primeros 10 años estuvo a cargo del Doctor en Ecología y Filosofía, Ricardo Rozzi, y ahora está en manos del Doctor en Vida Silvestre, Jaime Jiménez, ambos investigadores y académicos de las Universidades de Magallanes en Chile y
North Texas, en Estados Unidos.
El geolocalizador es un dispositivo electrónico complejo, asociado a un software computacional, que se instala con un arnés que rodea las patas del fío-fío, y pesa apenas 0,6 gramos. Tiene una batería que se carga con el sol, un sensor de luz que permite determinar la duración de los días y noches, un chip que acumula hasta 14 meses de datos tomados cada 10 minutos, y un reloj digital.