“La política es como el amor, se pasa bien arriba y abajo”

General
27/04/2013 a las 09:12
Luis Pérez: clandestino, ayer; anónimo, hoy. En los tiempos que el miedo gobernaba fue uno de los reorganizadores del Partido Socialista Almeidista en la clandestinidad. Entró y salió varias veces de Chile, con diferentes identidades, tantas, que a veces llegó a olvidar su propio nombre. Lucho Pérez no tiene facha de James Bond, pero durante 17 años su vida fue como una película de espionaje. La única diferencia es que si lo pillaban: lo mataban, así no más, sin ficción. “Para vivir había que saber administrar el miedo”, confiesa. Cuando habla, su cabeza redonda y afilada en la pera tiende a inclinar el rostro hacia abajo, como si se tratara de un hombre gigante que mira a pequeños interlocutores, pero no mide más de un metro cincuenta. Lo mismo ocurre cuando da largos sorbos a su café, ahí casi sin mover el cuerpo da una vistazo panorámico. En esa postura, los lentes se deslizan y el marco superior deja una línea que corta en la mitad la mirada, sólo ahí es posible descubrir que los diminutos ojos de huevo frito, escrutando el entorno, son más grandes y claros que lo que permite el brillo del cristal. Parece de sesenta años, pero todavía no alcanza los cincuenta. Viste unos jeans cortos, siempre ajustados en las pantorrillas, y usa una polera negra. Cuando habla alza sus diminutos brazos, no hay reloj ni pulseras…
¿Dónde comenzó todo?
“El 13 de septiembre de 1973, a las dos de la mañana, la Dina llegó a mi casa, se llevó detenida a mi madre y hermana de 16 años. Querían saber el paradero de mi hermano Libio y también de mi padre. Yo tenía sólo diez años y me quedé solo, con mi perro Ringo, un bóxer… Al día siguiente una vecina me recogió y me entregó a unos parientes de Villa Alemana”, dice y vuelven a asomar sus pequeños ojos casi orientales, detrás de gruesos vidrios poto de botella.
La policía secreta de Pinochet quería encontrar a su hermano Libio, quien llegó a ser uno de los más jóvenes presos de Dawson, hoy editor de Le Monde de Diplomatique; y buscaban también a su padre, Libio, entonces director del Politécnico de Puerto Natales. Ambos cayeron el 23 de septiembre.
A Lucho Pérez, el pelo largo cano, a veces le llega hasta los hombros, pero empieza casi en la mitad de su cabeza; la otra porción del cráneo es sólo calvicie: extensa, amplia, lisa, como si fuera pulida y estirada por el roce del viento. Los labios son diminutos. De izquierda a derecha terminan en un pequeño lunar imperceptible.

¿Y después…?
“Bueno pasé por Viña, Villa Alemana, Puerto Natales, Punta Arenas…Estudié en total en catorce colegios… Es loco, pero a mi familia la volví a ver el 10 de marzo de 1987. Imagínate, nos juntamos a tomar once, cada uno con sus historias y miedos… A esa fecha ya era padre y mi papá, Libio, tenía varios nietos. Nunca más vi a Ringo, la única mascota regalona que he tenido en la vida”.
Hace una pausa. Enciende un cigarro y aclara “pero ahora creo que el primer reencuentro de verdad con el Libio, mi hermano, fue en Sao Paulo, años después de la once de reencuentro familiar. Ese día, me retó por mezclar vino francés, con Coca Cola. Me hice un jote al fragor de la conversa y me retó como hermano mayor…”, recuerda.

De Puerto Natales a Puente Alto
El año 1978, ingresó a la reconstrucción del PS almeidista en la clandestinidad. “Aprendí a tener una doble vida, entre la mentira y la verdad, en familia y con el Estado chileno. Pero siempre pensé que el día que la dictadura me quitara la sonrisa y el webeo, era porque habían ganado y en eso nunca me perdí. Esa imagen de izquierda triste y llorona la inventó la derecha”.

¿Cuándo entraste de lleno a la reconstrucción del PS?
“Me tocó a los 16 años integrar la resistencia chilena de vida clandestina, aunque mis amigos y la sociedad me veían como un joven normal. Corría en moto en la Vizcachas y jugaba pool en el club Árabe de Puente Alto, me infiltraba en los agentes de seguridad del Estado para obtener información. Tomé contacto con Solari, Correa, Pérez de Arce, Iván, el Abuelo y pasé a ser miembro del Comité Central del PS, después de Carlos Lorca (diputado desaparecido, el único en América Latina)”.

¿Y por qué, tú?
Porque había pocos dispuestos a asumir ese rol. Había mucho miedo, yo lo tuve todos los días, pero había que saber administrarlo para sobrevivir. Estuve siempre cagado de miedo, pero nadie lo notaba. Creo que el heroísmo existe en la medida que logras dominar el miedo. Hasta entonces no sabía la responsabilidad… Hoy, creo que yo me metí por odio, por todo lo que había pasado, pese a eso siempre he pensado que el sentido del humor está en lo que representa la izquierda y esa alegría movió a muchos a cambiar la realidad”.
Era una época en que Luis Pérez era también conocido como Ernesto en algunas regiones. En Magallanes, le decían Rodrigo y en la comisión política, el Chico Martín. “Fui el encargado de organización de la JS de Arica a Punta Arenas. Reconstruí todo el tejido estudiantil y orgánico de este país, en todas las universidades, excepto en Coyhaique, Isla de Pascua y Antártica”.
¿Y conoció gente de Magallanes en ese proceso?
“Muchos luchadores de entonces como Baldovino Gómez, Hugo Vera, Eduardo Manzanares y varios cuadros poblacionales, entre otros. Por esa época, varias compañeras que conocieron al chico Rodrigo”, dice mientras muestra sobres de cartas antiguas con el membrete.

¿Y cómo fue la reconstrucción?
“Entré y salí varias veces del país con distintas identidades, excepto el año 1991 que fui a hacer un curso a España de política nacional y fue la primera vez que salí con mi nombre, pero era la tercera que estaba en Europa”.
Durante su período de clandestinidad relata una larga lista de momentos que cruzan la historia: Estuvo en el funeral de Allende, y el año 1985 en las exequias de Konstantin Ustinovich Chernenko. Tomó la única foto que existe del PS en clandestinidad. Estaba en la ex U.R.R.S. cuando Gorbachov anunciaba la Perestroika. Y una vez llegada la democracia se tomó la cárcel pública de Santiago, exigiendo la liberación de todos los presos políticos.
“Fuimos de visita y nos encarcelamos. Estuve preso 18 días en la ex cárcel pública, ubicada en Mapocho, lo que nunca logró la dictadura lo hice de voluntario en democracia, pedíamos la liberación de los presos políticos”, cuenta.
¿Y dio resultado?
“Claro, logramos adelantar los juicios de varios presos políticos y los indultos de varios compañeros, incluyendo a aquellos que participaron en el atentado de Pinochet, ese fue nuestro logro, antes de que finalizara el Gobierno de Patricio Aylwin”. La presión puso en jaque al Gobierno… Y las conversaciones para una salida, Luis Pérez las tuvo con Sergio Arrate, entonces Pdte. del PS; Isidro Solís, director Nacional de Gendarmería; y Ricardo Solari, Secretario General de la Presidencia.
En la cárcel se reencontró con su amigo de infancia el Comandante Daniel (Juan Órdenes Narváez), uno de los cabecillas al atentado a Pinochet. Habían rayado juntos en Puente Alto, luego cada uno siguió su camino.
“Tenía una frase notable el Comandante Daniel, siempre decía ‘una vez más hemos burlado a la dictadura y al crimen’”, cuenta.
Más tarde, en democracia, asumió como el primer director del Injuv en la Región de O´Higgins. Luego seremi de Gobierno por tres períodos. El año 2007, cuando regresa a Punta Arenas, su nombre hizo temblar a varios caciques locales, al punto que se hicieron tres Comités Políticos para entender su llegada: “fui el funcionario de más bajo escalafón, cumplí y cuando llegó la derecha renuncié, porque eso había que hacer”, sentencia.

¿Y valió la pena todo?
“Claro, hoy mi hijo duerme tranquilo, sabe que el Estado no va a hacer desaparecer a sus padres. Y por otro lado, la política es como el amor, se pasa bien cuando uno está arriba o abajo”.

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