A los pocos minutos entra Elízabeth, de 62 años, con una bolsa llena de chocolates y caramelos. Camina por las mesas ofreciendo sus productos. A veces alguien le compra todo –cuenta- y ahí puede irse temprano a su casa. Está sola: “Es mejor así”, confiesa. La felicidad la encuentra en las penas y gentileza de la noche.
-Acá hay mucho prejuicio –dice Elízabeth-. La gente piensa que las mujeres que trabajan en locales nocturnos son de vida fácil y que les brilla la plata. Y están equivocadas, la mayoría son madres, buenas personas y se sacan la mugre trasnochando para juntar dinero y enviar a sus hijos… Y eso no es fácil –advierte y los ojos le brillan-.
Cielo recibe chocolates de un cliente y las “gracias” de la caribeña cobran un color tropical. Entonces se acuerda y le duele… Lo cuenta riendo y destapando su dentadura blanca. Hace un año cambió el calor de Villa Altagracia, en República Dominicana, por el frío y las caras lánguidas que asoman en la oscuridad del Rilán. Nunca había visto nieve y en la primera escarcha cayó en la cuenta que estaba en Punta Arenas, cuando miraba el cielo extendida completamente sobre el suelo... Entonces miles de imágenes pasaron por su cabeza, la caída la acercó de golpe al frío y a una realidad que hoy ve con optimismo.
“Estoy agradecida de estar acá. Ayudo a mis hijos y la gente es muy sociable, aunque extraño el calor y la comida… Pero una se acostumbra... No sé que diga el futuro: Me voy, me quedo, sólo Dios sabe”, cuenta Cielo. Junta a ella hay otras dominicanas y en el extremo están las colombianas que también lucen la gracia de la belleza oscura. Todas tienen contrato de garzona.
Cielo, mira atenta a los clientes que llegan. Sabe que ahí están los fondos para enviar dinero y apoyar a sus dos hijos. Se para y va a atender una mesa.
Mucha solidaridad
La Navidad y el Año Nuevo son una fiesta en el Rilán para solitarios. También el Día del Trabajo y el de la Madre, todas fechas que Bertila Pérez, no perdona. Y es que la dueña del local hace gala de toda su solidaridad por esos días. Llegan muchos clientes antiguos, la mayoría del campo, porque saben que ahí tienen un espacio y un plato de comida para anular la soledad. Pedro lleva varios años de comensal: “Es una tremenda mujer, muy solidaria, trabajadora y luchadora, cuando celebran a las mujeres deberían destacar las historias de estas emprendedoras”, dice y se emociona en parte...
Y es que Bertila sabe de soledad porque crío a sus hijos sola: “Es difícil ser emprendedora en un local nocturno, hay mucho estigma social. Yo me preocupo de mantener una limpieza extrema en este lugar, atender bien y usar la sicología con los clientes. Acá los cuidamos, y si algo se queda lo guardamos… Mi filosofía es ayudar siempre, porque todo se devuelve”, declara.
Bertila siempre anda elegante. Tiene buen trato y aunque le costó al inicio controlar a los clientes pasados de copas, hoy goza de una sicología a toda prueba. Nació en Chonchi, Chiloé y está orgullosa.
Los dueños del local son de Rilan -por eso el nombre- ella sólo arrienda y en los últimos diez años Bertila le ha dado un toque de distinción. Le tiene cariño al lugar, porque sabe que en sus paredes aún palpitan nostálgicas noches antiguas.
En el mapa, la península de Rilán asemeja un triángulo, con su base en el lado sur. Está parcialmente separada del resto de la Isla Grande por el fiordo de Castro y el Canal Dalcahue, cortada abruptamente por la isla Quinchao. En Punta Arenas, el Rilán quiebra en un triángulo rectángulo, justo en la intersección de Avenida España con calle Balmaceda.
“Mi trabajo es bien difícil, termino cerca de la una de la madrugada y ya muy temprano estoy en pie, hago las compras y a las 11 de la mañana ya está abierto. No cerramos ningún día de la semana. Y aunque sé que lo que hago está estigmatizado, mi trabajo es digno, de una mujer luchadora al que la vida no le ha sido fácil… Los prejuicios son equivocados, la realidad es otra y de eso, la gente más sencilla lo sabe”, explica.