Recuperaron la dignidad sólo por un año, ahora vuelven a la calle…

General
25/05/2013 a las 10:35
Ya llevan casi un año recordando la experiencia de estar en una casa limpia, la posibilidad de cocinar tranquilos, en espacio amplio, con refrigerador y comodidades… lavar su ropa, ver una película, jugar un partido de fútbol. Todas actividades cotidianas que adquieren rótulo de excepcional, cuando el domicilio de cada día es cualquier rincón de la calle. Límites oscuros y fríos que en Magallanes registraron 205 personas en el catastro realizado el año 2011. ¿Hoy, hay más, menos…? No hay certeza, porque los “sin hogar” no reflejan una condición permanente, sino que un proceso. Nadie está libre. Una ruptura familiar puede desencadenar un abismo sin fondo. Expertos explican que siempre desde la incomprensión y el individualismo es más fácil tirar la primera piedra. Y cada cierto tiempo los medios locales reflejan esa intolerancia, en las cartas que llegan al director, solicitando “erradicar” una “gangrena” que afecta al turismo, da mal ejemplo a los pequeños, y “afea” la ciudad. Porque parece que las llamadas “personas en situación de calle” preocupan menos que los perros abandonados. El desamparo está a la vuelta de la esquina, en cientos de rostros que preguntan, sin hacerlo, si acaso es verdad eso de que: ¿En Chile todos contamos? Una respuesta que San Alberto Hurtado sellaba con la histórica frase: “Bajo los harapos del pobre y bajo esa capa de suciedad que los desfigura por completo, se esconden cuerpos que pueden llegar a ser robustos y se esconden almas tan hermosas como el diamante”.

Óscar fue de los primeros en
aparecer en el Centro de Día Yámana para Personas en Situación de Calle, hace ya casi un año. Tiene ojos azules y una gorra tipo visera que le hace sombra al rostro. Inquieto deja el juego de dominó que comparte con otros tres allegados y sigue la ruta de la cámara fotográfica: “Pero nada de fotos”, advierte, y casi al mismo tiempo rectifica: “Ya, tómela no más, pero yo bajo la cabeza… Juan Machuca: ¡ven!, ponte pa´ la foto conmigo”, invita al tipo que está a su lado. Algunos duermen sobre el sillón, anestesiados en un sopor de alcohol. Alguien dice que la noche había sido dura y fría, y están cargando baterías para resistir la oferta de una ciudad henchida de un anticipado invierno; otros están concentrados en un intenso partido de tenis de mesa… Aparece Patricia: “¿Qué me va a preguntar…?”. Hace cuatro meses que volvió a su hogar, asegura que vive del “machete” y una pensión de invalidez mental. Un fuerte: “¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhhtt!”, la obliga a bajar el tono de la voz, sale de uno de los cuatro tipos que siguen absortos una de las últimas películas exhibidas en la cartelera: “Acá tenemos cine en su casa”, explica con ironía el más joven, sentado en el sillón grande de cuero negro. Apunta, orgulloso, el televisor que pende de la pared del living.
-¿Qué le hicieron a mis lentejas? –patalea en broma Carolina Álvarez, coordinadora del Centro de Día Yámana-.
Ricardo, de 60 años, mientras revuelve las papas y fideos que acaba de agregarle a la marmita responde: “Quedaron más ricas ahora”. El olor entusiasma al “Pichi Pichi”: “Así me llaman. Sabe soy alcohólico –dice de entrada-, nací en Punta Arenas y vendo los dos diarios en Colón…”. Las palabras se le enredan, hace tres meses que volvió a caer. El almuerzo le ayuda a cargar fuerzas, confiesa.
La calle alarga y multiplica la agonía. Apuntar a una definición no es tarea fácil. Menos acotar la problemática. La bibliografía disponible señala que más que un problema de pobreza es uno de exclusión social y quienes viven en ella quedan expuestos a un aceleramiento progresivo del deterioro, tanto físico como mental.
Las personas sin hogar no han llegado a esa situación de repente. Lo habitual es pasar por un proceso largo y doloroso antes de alcanzar a la exclusión social severa. Magallanes tiene cerca de 200 personas, según el Segundo Catastro Nacional de Personas en Situación de Calle realizado el año 2011. En todo el país pasan las doce mil.
El problema es transversal en todas las sociedades. En Estados Unidos recibe el nombre de “homeless people”, concepto que inscribe a personas que no tienen residencia nocturna fija, regular y adecuada o, residencia primaria que abarque un refugio temporal, ya sea público y privado.
Más cerca, el Hogar de Cristo y la Red sin Trabajo definen así las circunstancias: “Todo individuo que se encuentra en una situación de exclusión social y extrema indigencia, específicamente se refiere a la carencia de hogar y residencia, y a la vez, la presencia de una ruptura de los vínculos con personas significativas (familias, amigos) y con redes de apoyo”.

“No tengo amigos”
-A mí me dicen el Cuatro Ruedas, así me conocen. Estoy contento, acá me han ofrecido de todo, me ayudan harto las señoritas. Me da pena que cierren la casa. No por mí, porque yo puedo salir de esto mañana si quiero, sino que por los cabros: ¿Qué van a hacer? Entre todos tratamos de ayudarnos. Yo no tengo amigos, sólo buenos conocidos… Tengo un lugar secreto donde dormir, pero no le voy a decir dónde queda (explota en risas, se da vuelta el gorro)… claro que los domingos, lunes y jueves, hay gente, cabros jóvenes que nos llevan comida, entonces yo voy a esos lugares que van, me arranco de mi lugar secreto. Llegan como a las doce de la noche, es gente buena - cuenta Óscar, asiduo al centro, saltando de un tema a otro, sin tiempo para las pausas-.
El centro Yámana cuenta con dos terapeutas ocupacionales, dos asistentes sociales, un monitor y una auxiliar de aseo. Es un lugar con puertas abiertas para personas que sufren enfermedades mentales, aquellos que padecen una adicción, cuentan con una discapacidad o sufren varias de estas situaciones.
El proyecto es financiado por el Ministerio de Planificación y Desarrollo Social del Gobierno de Chile y ejecutado por la Municipalidad de Punta Arenas desde el mes de julio del año 2012.
En la actualidad atiende a más de 90 personas. Cada una es un universo que acumula procesos difíciles, a causa del entorno que les ha tocado vivir. Algunos empiezan por el abuso del alcohol; otros una separación, la pérdida del empleo, la muerte de los padres. Incluso una depresión que puede derivar en enfermedad mental, adicciones, aislamiento, abandono.
“El objetivo es reunir un espacio digno y cálido para este grupo de personas, que tienen necesidades prácticas y básicas, sumándose también a actividades conformes a sus necesidades e intereses, como recrearse, interactuar, construir amistad, crear, expresarse, conocer y desarrollar habilidades y potencialidades, reconstruir lazos afectivos con la familia, entre otras, paralelamente a una acción consensuada, que busca construir un proyecto de vida que tienda a la autonomía y la construcción o reconstrucción de su propio hogar”, explica la coordinadora, Carolina Álvarez Antonín.
La asistente social Patricia Bahamondez Mansilla, encargada del voluntariado, explica que cuando la persona ingresa, ha pasado por varios procesos y ha quedado atrapado, a veces durante décadas. “Creemos que hemos construido en poco tiempo un entorno favorecedor que apoya las capacidades de las personas. Hay todo un camino de acompañamiento y estímulos en positivo, que busca facilitar la inclusión social. Trabajamos para que la persona sea capaz de creer en sí misma y se responsabilice de su propia vida realizando un tránsito que le permita recuperar su sentido vital”, precisa.
La tarea no ha sido fácil. El prejuicio está a la vuelta de la esquina. Y cada cierto tiempo aflora en cartas a los diarios. “Es importante que las autoridades conozcan la situación. Nunca el alcalde, por ejemplo vino a conocer el trabajo que acá se hace”, lamenta Bahamondez.

“Siempre ando limpiecito”
Juan Machuca, de 52 años, luce impecable. Llegó de Curicó hace treinta años a la región y se quedó. Asegura que tiene más de mil oficios: Metalurgia, barman, chofer de taxi; micro; camión: “Cometí el error de manejar en estado de ebriedad. Perdí la licencia y me tuve que dedicar a alambrar estancias en Tierra del Fuego…”, detalla pormenores de su vida.
¿Y cómo llegó a vivir en la calle?
-El año 2000 nace mi hijo y me separo… Caí en el alcohol, y de repente ya estaba en la calle. Hay que tomar porque no se aguanta el frío… Pero, ¿sabe?, hay algo que nadie me puede criticar, yo siempre ando limpiecito… Tengo dos casilleros en esta casa y en el albergue de España también. Mi ropa está limpiecita, yo mismo la lavo, tenemos unos baños de lujo en este centro… Por eso da pena que lo cierren, pero bueno, qué le vamos a hacer, cuando salió este proyecto fue una bendición. Lo divertido es que nos dieron la posibilidad de venir durante todo el verano y ahora que llega el frío nos echan… Aunque la gente no lo crea, las personas que llegan acá son bellas, hay harta solidaridad, entre todos nos cuidamos. A mí siempre me ofrecen lugares para dormir, pero yo estoy bien en el albergue de España. Uno sabe con quién quedarse, porque conoce las curaderas de las personas, yo dormí harto tiempo afuera del ministerio de Educación, cuidaba el lugar, nunca más rayaron, mientras estuve, porque tengo sicología para tratar a las personas y me hacía amigo de los jóvenes que después del carrete algunos me llevaban un cigarrito o comida –va narrando Machuca sin parar-.
Así como Machuca, el 33, 8% de los entrevistados de Magallanes reconoce como causa el quiebre o ruptura de los lazos familiares. Mientras que el 15% asegura que está en la calle por el alcohol.
El catastro realizado el 2011 reveló interesantes datos: La mayoría de las personas sin hogar tienen empleos esporádicos y ganan menos que un sueldo mínimo.
En Magallanes, el promedio lleva 4,3 años en la calle, uno de los más bajos del país, de los cuales más de la mitad duerme en la calle, mientras un 47,8% en albergues.
En la calle, Machuca contrajo bronconeumonía, estuvo hospitalizado en Porvenir.
-Las personas que trabajan en este lugar son muy profesionales, me ayudan a seguir tratamientos médicos, me llevan a las atenciones médicas… Estoy re agradecido… Hay que seguir, echándole para arriba… ya me han ofrecido algunas peguitas de garzón, yo fui el mejor, en eso, tengo mucho oficio… -Y Machuca se queda en silencio contemplando un pasado que sólo él conoce-.
En la medida que aumenta la permanencia en la calle, crecen los problemas de salud. El 43% de los entrevistados señaló que estuvo enfermo el último año. Y el mayor problema reconocido por los propios entrevistados, fue el consumo de alcohol.
Otro dato a considerar, es que en Magallanes el 55,5% presenta algún tipo de discapacidad.

Bajo el puente
José tiene 28 años. No toma nada de alcohol. Vivió dos años bajo el puente, hoy asume labores de monitor en el Centro Día Yámana: “A mí me da mucha pena la gente viejita que duerme en la calle, en los tubos de la plaza, la Aduana, en la costanera… A veces un buen día les ayuda a resistir la noche, por eso da rabia que cierren esta casa. Ojalá se abra luego y que apoyen los que tengan que hacerlo, porque en este lugar hay seres humanos que los discriminan porque andan cochinos. ¿Sabe Ud.? Cualquiera puede llegar a esto”. José no quiere fotos, está confiado en encontrar pronto un trabajo, quiere arrendarse una pieza, volver a su normalidad extraviada en la dura rutina de la calle: “Hay tres jóvenes que son dignos de imitar, ellos encontraron trabajo y siempre vienen a saludar, a cocinar… El Flavio anda en rol y cuando llega se viene al tiro a la casa, porque sabe que puede ayudar”.
“El Flavio es respetado dentro del grupo. Es casi un monitor más. Aplicadísimo, disciplinado. Imagínate que acá hay una diversidad de personas, con características y estilos de vida complejos, y Flavio se comunica con todos, supera las barreras que cada uno coloca… Algunos lo ven como protector. Él, desde que llegó se ha capacitado, salió del Hogar de Cristo y en poco tiempo ha demostrado sus habilidades”, explica Bahamondez.
Otro que resalta es Marcelo Cárdenas, un hombre con habilidades para la pintura y dibujo: “Tiene una sensibilidad artística, hace un retrato en diez minutos… Es muy generoso”, destaca la coordinadora Carolina Álvarez.
En el mes de febrero cerca de 45 personas “sin hogar” visitaron Fuerte Bulnes. Y durante la semana realizan distintas actividades. De a poco recuperan su vida.
“La gente genera lazos de solidaridad impresionantes, la facilidad de ofrecer lo poco que tienen… Cómo se protegen, entre amigos no se traicionan. Éste es mi primer trabajo, al principio me costó. Tuve que superar mis propios prejuicios y hoy siento que el trabajo que hacemos es muy hermoso”, explica Cynthia Alarcón Silva, terapeuta ocupacional del centro.
En la actualidad, de 90 personas que asisten regularmente al centro Yámana, 44 están trabajando de manera esporádica. Y de esos 44, son 22 los que arriendan pieza y han logrado alguna ocupación. “El fin del centro no es sacarlos de la calle, ni del alcoholismo… Sino que satisfacer las necesidades básicas y restituir lo que han perdido. Poder restablecer vínculos, volver a confiar en el otro. Es lamentable que se cierre que tenga una interrupción el programa, hay todo un trabajo ganado, confianzas, lazos, en gente que no es confiada”, lamenta Patricia Bahamondez.
A fin de mes el hogar cierra sus puertas.

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