Prisionero de su trabajo

General
08/02/2014 a las 11:21
Si se siente desmotivado laboralmente, molesto con todo y con todos, al borde del colapso y con ganas de mandar todo al diablo, lea lo siguiente, con mucha calma. Seguro lo invitará a la reflexión. Leyendo aquí y allá, como la mejor de las adicciones, aunque en rigor los ojos no la valoran ni agradecen, encontré una crónica interesante, que recordaba el libro del profesor y conferencista Lofti El Ghandouri “El despido interior”, con el sugerente agregado de “Cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión”.
A poco de adentrarme en el texto del español Gabriel García de Oro, licenciado en filosofía, escritor de cuentos para niños y hábil columnista catalán del Diario el País, el dejá vu no se hizo esperar, aunque la descripción más acertada sería el recuerdo de una vida pasada.
El “análisis” se centra en la disconformidad, en la apatía, en el estar sin estar. En ser parte de un sistema que nos aprisiona y absorbe al punto de convertirnos en autómatas cegados y acuartelados entre cuatro paredes.
Ambos, profesor y escritor, coinciden en que buena parte de las personas si bien conservan el trabajo, se han despedido interiormente. Ya no están en la empresa, pero ni ellos mismos se han dado cuenta. Por lo general, exponen, esto sucede cuando la distancia entre lo que esperamos y lo que obtenemos se hace insalvable y se termina decidiendo que lo mejor es hacerse invisibles. “Que nadie se dé cuenta ni de cuando llegamos ni de cuando salimos. Pero así se lastiman las relaciones, con nuestros compañeros y, lo que es peor, con nosotros mismos. Al final nos sentimos solos, aislados e incomprendidos”, se señala.
Pero ¿Cómo se llega a aquello? Se explica como un largo caminar, que se inicia cuando acabamos de ser contratados y viene todo eso de sentirse parte del equipo, de ponerse la camiseta y querer hacerlo todo, como eso de “lanzar el córner, cabecearlo y hacer el gol”.
Sin embargo, a poco de andar surgirán los primeros desacuerdos, diferencias que, de no ser capaces de manejarlas, evitando los focos de conflicto, nos conducirán a un despeñadero sin regreso.
Cuando creemos que lo anterior se torna inmanejable, consideramos que el esfuerzo y dedicación no han sido reconocidos. No hay aplausos ni incentivos económicos. Todo nos molesta, nos irrita y con la sensibilidad a flor de piel pronto aparecerá aquello de “para lo que me pagan” o “a mí no me pagan para eso”.
Pronto la comunicación con jefes y compañeros será CERO, por lo que estaremos listos para el próximo paso, donde nos convertiremos en rebeldes pasivos. Culpamos a la empresa de todos nuestros males y nos vemos atrapados entre el sueldo que recibimos y la tristeza que nos genera la situación.
El final aparece en la vuelta de la esquina. Nos entregamos al pesimismo, renunciamos a aportar, a ser útiles, sólo interesa marcar el paso, dejar correr las horas y esperar ese bendito que termina convirtiéndose en maldito fin de mes.

La solución
García de Oro plantea que si queremos arreglar las cosas en nuestra empresa y dar un giro a nuestra relación con el trabajo, hay que asimilar que antes de que cambie nuestro entorno debemos cambiar nosotros mismos.
Por ello es importante recordar que somos capaces de avanzar para enfocarnos en los éxitos que somos capaces de conseguir y apartar la mirada de los fracasos que hemos podido acumular; retomar nuestro compromiso y entender que las cosas pueden funcionar mejor o peor, pero nosotros debemos seguir creciendo y evolucionando como personas; restablecer el diálogo con nuestro jefe, siendo sinceros en cuanto a nuestro sentir.
Sin embargo, nada de lo anterior dará resultado si no rompemos con las viejas rutinas y los antiguos hábitos, retomando el camino de la motivación que nos llevará a dejar atrás y salir, definitivamente, de aquel despido interior.

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