Recuerda que en 1991 una persona del instituto le dijo: “te voy a enviar a la Antártica y espero que siempre lo hagas bien para que sigas volviendo. Y parece que lo hice bien”. “
Llevo más de 20 años viniendo a la Antártica”. Suena a confesión, aunque en rigor, a privilegio. Juan Bravo, logístico del Instituto Antártico Chileno (InaCh), permanece en la Base Profesor Julio Escudero, lugar donde acepta dialogar para contar parte de su historia, de su vida. Sin embargo, tras el apretón de manos, la conversación se convierte en una confesión, donde los sentimientos se traslucen a través de sus palabras y miradas.
“Llevo viviendo más de 20 años acá, pasando temporadas muy largas, de cinco meses, aprendiendo a luchar contra el clima y a trabajar con la ciencia”, señala al inicio. Sus primeras labores en el continente blanco fue como “ayudante de botero, lo que me permitió conocer los secretos de esta labor, como también las áreas de peligro y lo que hay y no hay que hacer”.
Recuerda que en 1991 una persona del instituto le dijo “te voy a enviar a la Antártica y espero que siempre lo hagas bien para que sigas volviendo. Y parece que lo hice bien”.
De su labor, cuenta que como patrón de bote debe trasladar a científicos e investigadores a distintos puntos de la Isla Rey Jorge.
Confiesa sentir gran cariño por la Base Escudero, “porque recuerdo que cuando llegué eran unos cuantos contenedores, uno para el jeep, otro para laboratorio, para sala de radio y otro para sala de emergencia. Así se comenzó a hacer ciencia en este lugar”.
Juan Bravo se emociona cuando recuerda a su esposa y a su hijo, los “cables” que lo mantienen atado a tierra, y que son su fortaleza a la hora de desafiar a la intrincada naturaleza del continente blanco. Un desafío que siempre presenta sorpresas, como la vivida hace algunos años cuando navegaba a bordo de la embarcación de la Armada de Chile, Micalvi: “Salimos para avistar ballenas, era tarde y llegamos a un lugar donde habían como 15 ballenas. Sufrimos un desperfecto en el bote. De pronto apareció una ballena. Fue una experiencia fuerte, porque recuerdo que levantó la cola y me tiró para el lado. Por suerte salimos sanos y salvos, no nos pasó nada ni a nosotros ni al cetáceo”.
Bravo recuerda de su salida de la comuna de Puente Alto, sus primeros años de aprendizaje, su considerable baja de peso (¡60 kilos!) y su práctica conociendo la flora y fauna, el vivir en carpa, sus primeras limpiezas de playa y los sabios consejos de los hombres con experiencia.
Por eso, hoy, este hombre próximo a cumplir 50 años, dice que no duda en compartir su experiencia con la gente joven. “Soy una persona hecha a pulso, que empezó de cero, que no estudió sobre estas cosas pero que aprendió en la mejor escuela: en terreno. Un jefe de base me dijo alguna vez, ‘mira, la Antártica es seria, y es muy lindo estudiar y meterse en la ciencia, es muy hermoso, pero también muy sacrificado. Y de verdad, es hermoso y sacrificado, pero uno nunca, jamás deja de aprender”.