Anecdotario dieciochero por Dinko Pavlov

General
21/09/2009 a las 08:12
Promediando la década de los ochenta del siglo pasado, mi familia de entonces vivía en Puerto Natales, motivo por el cual debía viajar hacia allá, todos los fines de semana. Durante esas visitas, solía participar en Cornamusa, organización literaria en la cual desahogábamos nuestras ansias poéticas, combinadas con nuestras ganas de echar a Augusto  Pinochet. Recuerdo que ese año habían recrudecido las protestas y nosotros nos habíamos adherido con entusiasmo. Recuerdo especialmente esa celebración, ya que le había correspondido a la Escuela 1, donde trabajaba mi compañera, la organización de la ramada oficial, poniendo a cargo al profesor Sr. Soto C. Como llegara en el último bus desde Punta Arenas, a mi arribo ya estaba todo funcionando “a giorno” y debimos conformarnos con un lugar alejado del escenario, pero mi natural impulsividad y afición al canto, baile y jarana, no se conformó con esa ubicación secundaria y pronto comencé a animar  el sector, entusiasmando de paso a otro asistente que partió a su casa a buscar una guitarra y luego un saxo, terminando por organizar una ramada alternativa. En una exaltación de mi entusiasmo dieciochero, pedí al encargado, Sr. Soto, servir un trago a todos los asistentes a la ramada; éste me escuchaba incrédulo, hasta convencerse de que hablaba en serio y procedió a servir a todo el mundo. Cuando me vine a dar cuenta cabal de mi desatino, no tuve más remedio que pagar, quedando “pato” para el resto de las fiestas. Pero mi generosidad provocó a su vez a la del profe Soto, que en su calidad de presidente, no se si de los Leones o rotarios, nos invitó con mi compañera a una cena con la que su institución conmemoraba las “Glorias del Ejército”. En la ocasión partimos algo atrasados, llegando cuando ya la cosa se había iniciado y para ubicarnos donde nos correspondía, debíamos atravesar el salón. Quiso el “Matoco” que durante ese desplazamiento, la animación a cargo de Luisín Landáez, saliera al aire con el tema “Mamy que es lo quiere el negro”; escucharlo, levantar mi mano izquierda y gritar a todo pulmón: “Que se vaya Pinochet” fue una sola acción, provocando un silencio en la orquesta. Cuando llegamos a  nuestra ubicación, se habían retirado gobernador, alcalde e invitados principales y mi brazo tomaba un fuerte color morado por los pellizcones que recibí de mi compañera.

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