De no mediar algo extraordinario de aquí a las próximas presidenciales del 2025, razonablemente alguien de la oposición debiera ganarlas. Hoy no obstante, se habla de las oposiciones, queriendo significar la diversidad de miradas que se ubican al frente de las huestes gubernamentales. Entonces, el primer desafío, ese que clama al cielo, es la mayor unidad posible. No sólo respecto de los comicios próximos, sino unidad en la gobernabilidad. Ya en las elecciones del mes pasado, muchos se dieron gustitos personales, mirando la posibilidad de negociar un eventual cargo en el próximo gobierno. Una postulación algo asegurada a congresista; una posible delegación presidencial regional o provincial; una seremía u otro cargo, que para eso hicieron méritos al postular a un cargo de representación popular. Que eso haya significado que las fuerzas de gobierno hayan tenido triunfos casi imposibles, poco importa. Cada uno pareciera tener en sus manos el destino de la patria, de manera que su postulación pasada fue un acto sublime de salvación de los altos interés de la nación.
Entonces, la unidad es el primer imperativo. El segundo, es el mayor desprendimiento político posible, aunque dicho así pueda causar risas a algunos estrategas o asesores políticos. Conformar la próxima administración supondrá un acto de equilibrismo supremo. Casi se estará frente a un gobierno de salvación nacional, de emergencia, que implicará que todos quienes son críticos del rumbo en caída que llevamos, estén disponibles para ayudar. No se tenía una situación tan desastrosa desde el gobierno de la Unidad Popular de principio de los años setenta. Luego, a grandes problemas, se deben tener grandes soluciones. La Concertación entendió que sólo con unidad y desprendimiento político, podrían gobernar a partir de marzo de 1990. El Presidente electo Aylwin se declaró presidente de todos los chilenos y renunció a su histórica militancia como gesto de inclusión. Nuestro país se encuentra amenazado como pocas veces en su historia. El presupuesto de las FFAA no alcanza mantenerlas convenientemente. La seguridad interna está sobrepasada, a ojos vista. La economía se estanca o crece de manera paupérrima. El desempleo crece; la inflación no cede adecuadamente. En la política partidista se ha perdido la amistad cívica, tan característica del país. En fin, nada bueno ha sucedido en la práctica desde la irrupción en política, de la generación que hoy nos gobierna. A esta forma de gobernar se debe ofrecer al país unidad de propósitos para marcar la diferencia y ganar la confianza del pueblo.
Otro desafío es hacer lo posible para regresar a la moderación. Evitar las altisonancias y discusiones estériles o inconducentes. Preocuparse y ocuparse de lo importante y de las necesidades reales de la gente. Hubo en el país quien en el año 2000 tuvo esa visión adelantada a su tiempo y abogaba porque la política debía estar al servicio de las personas y de los problemas reales. El desafío es regresar a dar respuestas efectivas y eficaces a lo que aqueja a la sociedad: empleo, seguridad, mejores servicios de salud, pensiones. Estas urgencias frente a la discusión de si una persona quiere ser tratada como gato o como árbol, tienen una prioridad más que evidente y el tiempo debe gastarse en soluciones para las personas que sufren porque están sin empleo o una bala impactó en algún hijo pequeño.
Los desafíos son profundos y se debe estar a la altura de tamaña empresa. Dios y la patria demandan grandeza en estas horas oscuras del país.